lunes, 4 de mayo de 2020

ALVARO MONTAÑO FREIRE : OTORGAR LA OMS FINANCIAMIENTO Y CAPACIDAD PARA QUE NOS DEFIENDA.


OTORGAR A LA OMS FINANCIAMIENTO Y CAPACIDAD PARA QUE NOS DEFIENDA



Alvaro Montaño Freire

27 de abril del 2020

La decisión del Presidente de los Estados Unidos, Sr. Donald Trump, de suspender el financiamiento de la primera economía a la Organización Mundial de la Salud, dramatiza un dilema respecto a la OMS: mantener su exiguo presupuesto y dependencia de financiamientos interesados o transformarla radicalmente en una institución con suficiente respaldo financiero para atender por sí misma determinados intereses generales de salud de los 7 700 millones de seres humanos.

Respuesta panhumana frente a las pandemias

La pandemia COVID-19 ha tenido el efecto inmediato de aislar a los países. Los aeropuertos están cerrados y se impide el ingreso de foráneos. Cada país compite con los demás por equipamiento médico y sanitario que no se encuentra en el mundo en cantidad suficiente.

Sin embargo, la pandemia es precisamente un desafío que solo puede atenderse a escala internacional. Incluso si algún país o continente lograra eliminar el virus en su territorio, cosa prácticamente imposible, permanecería en riesgo mientras el nuevo coronavirus circule por el  resto del planeta. O nos salvamos todos o no se salva nadie.

El costo derivado de la obligada cuarentena y paralización económica es colosal. El Fondo Monetario Internacional, en su nuevo documento sobre la perspectiva del crecimiento, calcula que durante el año 2020 la economía mundial se contraerá un -3% y que las pérdidas acumuladas de los años 2020-2021 llegarán a 9 millones de millones de dólares. Esto, en el escenario conservador de suponer que la pandemia estará controlada durante el segundo semestre del 2020, pues si la paralización económica continuase hasta fin de año, e incluso en el primer semestre del 2021, sobrevendría un derrumbe del -11%, perfectamente comparable con el abismo de la gran depresión de 1929-1932, cuando el PBI Global se desplomó -10%.

En marzo, Estados Unidos aprobó un primer presupuesto extraordinario de dos millones de millones de dólares, un 10% de su PBI, para subsidios a empresas y personas. El Grupo de los 20 calculó a fines de ese mes que las grandes economías tenían aprobado un total de por lo menos cinco millones de millones de dólares para su propio rescate.

Considerando solo los nueve millones de millones que la economía planetaria perderá como mínimo, estamos hablando de más del 10% del PBI Global que, según cuentas del Banco Mundial, totalizó 85,9 billones de dólares el año 2018. Además de esta enorme pérdida general, las principales economías están viéndose obligadas a cargar con presupuestos adicionales de muchos millones de millones de dólares, un gigantesco “impuesto”, que no tienen más remedio que asumir por no haber contribuido a crear suficientes mecanismos de salud pública internacional.

La “gripe porcina” H1N1, surgida en Norteamérica el año 2009, mató a más de 200 peruanos y según la prestigiosa revista médica The Lancet Infectious Diseases provocó al menos 151 mil fallecimientos en el mundo entero. El SIDA descubierto hace 40 años en los Estados Unidos, que ha dejado más de treinta millones de muertos hasta el presente, y el Ébola, poco difundido fuera de algunos países africanos, con una letalidad del 25 al 90 por ciento, dan cuenta de la intensidad del peligro que representan los virus. SARS, originado en China, y MERS, en el oriente medio, son otras tantas siglas ominosas.

Partiendo de esta realidad, la OMS alertó en años anteriores sobre la necesidad de prepararse para futuras pandemias, llamado que evidentemente fue desoído. Ahora nos parece absurdo que se hayan ignorado los precedentes, pero es un hecho.

Dado que es perfectamente razonable preveer nuevas pandemias, eventualmente mucho más agresivas que la actual, tiene fuerte sentido tomar una determinación en nombre de todos los seres humanos, ofrecer un frente panhumano a las pandemias. En lugar de caminos aislacionistas, se impone promover soluciones multilaterales. El Presidente Barak Obama de los Estados Unidos, en el año 2014, sostuvo que frente a posibles pandemias futuras se impone construir una infraestructura no solo estadounidense, sino internacional. A todas luces el Sr. Obama quería defender los intereses particulares de su país, pero comprendió que el esfuerzo no sería útil sin un compromiso internacional.

La OMS: grandes propósitos, poco respaldo

La Sociedad de Naciones y la Organización de Naciones Unidas fueron creadas luego de cada una de las Guerras Mundiales para prevenir su repetición; la presente lucha contra la pandemia COVID-19 es el momento adecuado para fortalecer decisivamente la OMS, transformándola en una verdadera autoridad mundial de la salud.

La Constitución de la OMS entró en vigor el 7 de abril de 1948 y su Director General es elegido por la denominada Asamblea Mundial de la Salud entre candidatos propuestos por los estados y previamente considerados por su Consejo Ejecutivo. Notables personalidades han sido Directores Generales, como la Dra. Gro Harlem Brundtland, previamente Primera Ministra de Noruega y célebre promotora del desarrollo sostenible en cuanto Presidenta de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo.

Principios de valor universal presidieron su fundación. En el preámbulo de su Constitución se afirma que “El goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano” y se denuncia que “la desigualdad de los diversos países en lo relativo al fomento de la salud y el control de las enfermedades, sobre todo las transmisibles, constituye un peligro común”. En el artículo primero se declara que “la finalidad de la OMS será alcanzar para todos los pueblos el grado más alto posible de salud”.

Sin embargo, estos postulados no armonizan con el nivel de su autoridad ni su presupuesto. Asume la responsabilidad de establecer normas para la salud en el mundo y velar por su cumplimiento, encabezar campañas en temas cruciales, proponer alianzas sanitarias y estimular la investigación; actividades de primer orden, pero conforme la experiencia está mostrando, insuficientes para defendernos de las pandemias y otros riesgos como la resistencia a los antimicrobianos.

Su prepuesto bianual 2018-2019 fue de 4421 millones de dólares; solo 805 millones fueron para atender enfermedades transmisibles y apenas 554 millones para emergencias sanitarias como la que padecemos. Del presupuesto total, apenas 950 millones provinieron de los denominados aportes “señalados”, esto es contribuciones de los 194 estados miembros, cuyo monto no se ha ampliado al compás de las necesidades. Más del 75 % del presupuesto proviene de donaciones estatales o particulares que se orientan principalmente según los deseos de los donantes; esto significa que en la práctica determinan las prioridades de la OMS, su agenda de trabajo.

Estados Unidos aportó 900 millones de dólares, 25 % en calidad de cuota “señalada”. Durante la presente administración estadounidense, el Ejecutivo ha pedido al Congreso recortes presupuestales en el respaldo a todas las oficinas de la ONU y el 20 de febrero consideró necesario reducir 60 millones en el dinero destinado a la OMS.

A diferencia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, donde por implícito acuerdo sus cabezas corresponden a Europa y Estados  Unidos respectivamente, en la Organización Mundial de la Salud se ha permitido que la correlación entre los estados miembros juegue un papel importante y resulten directores personalidades surgidas del diálogo internacional.

El actual Director de la OMS, Dr. Tedros Adhanom de Etiopía, con maestría y doctorado en Inglaterra, fue Ministro de Salud y Canciller de su país y logró reconocimiento en la escena internacional por haber dirigido la Agenda de Acción de Addis Abeba, orientada a conseguir financiamiento para alcanzar los Objetivos del Desarrollo Sostenible.

Un impuesto mundial para la salud

Considerando el enorme costo que está teniendo COVID-19, se justifica bajo cualquier criterio presupuestal dedicar cada año, por lo menos, un pequeño porcentaje del PBI Global al esfuerzo conjunto de prevenir y enfrentar grandes desafíos internacionales de salud.

Esto supone financiamiento que, a efectos de fortalecer su capacidad de acción y autoridad más allá de los vaivenes internos de los estados, sería mucho mejor que proviniese principalmente de un impuesto mundial extraído de los macro movimientos financieros o de las grandes fortunas internacionales, que por cierto tienen un peso indiscutible. Según OXFAM, en su informe de enero de este año, 2153 personas poseen el 60% de los patrimonios personales en el mundo; conforme al Crédit Suisse, en octubre del año pasado, el 1% de las personas más acaudaladas tiene el 45%. El impuesto mundial podría ser cobrado directamente por la OMS, quizás mediante “detracciones” retiradas del sistema bancario que cubre el planeta.

La buena noticia es que algunos magnates, desde la autopercepción que tienen de su posición en el mundo, ya se consideran en la obligación de hacer grandes aportes. Bill Gates y su esposa Melinda aportaron más del 9% del presupuesto de la OMS el bienio pasado, y luego de anunciarse la suspensión del financiamiento estadounidense, han resuelto incrementar su apoyo en el presente ejercicio. Por su lado, el mil millonario chino Jack Ma, está repartiendo gigantescas donaciones en equipos médicos por los cinco continentes. Ambos favorecen los intereses geopolíticos de sus países, pero no son obtusos. 

El camino financiero para atender necesidades imperiosas del conjunto de la humanidad fue sugerido hace muchos años. En 1981 se otorgó el Premio Nobel de Economía al estadounidense James Tobin, quien ha pasado a la historia por haber propuesto la tasa que lleva su nombre, pensada originalmente para gravar las operaciones de conversión entre divisas que se producen al contado. La potencia de esta idea estriba en que dio lugar a imaginar un impuesto mundial sobre cualquiera de las actividades esenciales de la economía internacional.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD, en su informe del año 2011 discutió la posibilidad de establecer un impuesto mundial. El reconocido economista Thomas Piketty, en libro del año pasado, ha planteado la creación de un impuesto mundial a las superfortunas. El pasado noviembre, la OCDE, nada menos que la OCDE, ha planteado el establecimiento de una tasa uniforme a las grandes corporaciones, es decir un impuesto igual en todos los países, de manera que no puedan eludir sus obligaciones refugiándose en aquellos con menor presión fiscal. Vemos entonces que es muy sensato discutir algún tipo de normas mundiales referidas a las grandes fortunas y los impuestos, tanto más si es para sufragar gastos requeridos por todos los pueblos.

Para aproximarnos a definir, por lo menos tentativamente, la cantidad de dinero que sería necesaria para estos nobles objetivos, cabe tomar en cuenta la magnitud de la industria farmacéutica mundial. Según la consultora Evaluate Pharma, el conjunto de las grandes corporaciones farmacéuticas invertirá 210 mil millones de dólares en investigación y desarrollo el año 2024, 20% más que el 2018 y más de 40 veces el presupuesto bianual de la OMS.

Este sector empresarial dedica uno de cada cinco dólares de sus ingresos a la investigación, que además de costosa es incierta, pues suele ocurrir que una determinada línea de investigación no llega a puerto, o finalmente resulta no ser tan rentable como se esperaba. Dada su alta rentabilidad concentra el 40% de su inversión a la investigación oncológica.

Hay que tomar en cuenta que, siendo empresas privadas, tienen que responder a sus accionistas y existe, como es propio de la economía de mercado, una guerra interminable por obtener mayores ganancias y arrebatar a las otras corporaciones una mayor parte de las ventas. No pueden dedicarse a la investigación no lucrativa, porque los accionistas, con todo derecho y justificación, destituirían inmediatamente al Directorio y al CEO. El total de los ingresos del sector fue el año 2018 de 1,1 millones de millones de dólares, o algo más pues no hay cifras precisas, y se espera que el 2020 llegue a 1,4.

Vistas las cifras anteriores, para que la OMS sea una verdadera autoridad mundial en salud, con reales posibilidades de organizar la investigación contra las pandemias y otras amenazas graves, y producir por ella misma soluciones médicas, tendría que disponer de decenas de miles de millones de dólares; solo por aventurar una cifra pensemos en el 0,1% del PBI Global, es decir cerca de 100 mil millones de dólares anuales en la actualidad. Recordemos que la industria privada necesita 80 mil millones anuales para producir medicamentos oncológicos rentables.

Es el dinero necesario para financiar centros de investigación, laboratorios y fábricas, y también para contratar a los mejores científicos del planeta de todos los idiomas y colores de piel. La gran diferencia con el sistema actual, sería que el producto de estas investigaciones devendría naturalmente en propiedad común de la humanidad que las ha financiado y se pondría de inmediato, al más bajo precio posible, a disposición de los que la necesiten, ricos y pobres de cualquier país, sistema religioso, económico o político. No habría derecho intelectual ni patente por reconocer. Los científicos, pagados con muy altos honorarios, tendrían además el reconocimiento de los pueblos. Los niños, espontáneamente, se les acercarían para agradecerles. Mejor pago para un ser humano no puede haber.

La OMS fortalecida tendrá que sustentarse en una institucionalidad más sólida. Cada año una Asamblea Mundial de la Salud recibiría el informe del Director y su Consejo Ejecutivo, compuesto por personalidades meritorias, experimentadas y representativas. Lo importante es que los estados de las diferentes regiones internacionales puedan hacer oír su voz en un ágora mundial de la salud. La OMS tendría que poseer un aparato administrativo suficiente para recaudar e invertir el impuesto mundial. Sus empresas públicas internacionales tendrían que funcionar con una gerencia técnicamente competente, libre de clientelismo y premunidas de rigurosa contraloría, tal como funciona una buena empresa pública en Singapur o en Alemania. La empresa pública debidamente gerenciada puede combatir la corrupción a su interior.

Salud pública en cada país

El fundamento ético y político de la nueva autoridad mundial sería una Declaración del Derecho Universal a la Salud Pública, que se ocuparía de este derecho en dos niveles, el internacional ejercido a través de la OMS y el interno de cada país. Según esta declaración, el cuidado de la  salud no dependería del éxito económico de cada persona, como ocurre en aquellas economías donde las atenciones de salud dependen de seguros privados; sería un derecho garantizado a todos por igual mediante acciones colectivas del conjunto de la sociedad, esto es mediante un seguro estatal universal.

Las empresas privadas dedicadas a la salud, sean corporaciones internacionales o empresas nacionales, tendrían de todas maneras un importante lugar. Sus servicios y productos se podrían vender a los estados, pero especialmente servirían a las personas con elevados recursos dispuestas a realizar un doble gasto, pues adicionalmente deberían contribuir como todos a la salud pública de su respectivo país.

Sería un cambio muy importante en cuanto a reducción de la desigualdad y superación de exclusiones oprobiosas. Contra lo declarado por algunos políticos en estos meses, que llamaron a los ancianos a sacrificar sus vidas por el futuro de la economía, pues el verdadero peligro es la paralización de la economía y no el Coronavirus, esta Declaración Universal proclamaría que también los ancianos o los enfermos incapaces de pagar impuestos tienen derecho a la atención médica de la más alta calidad posible; al mismo tiempo establecería que nadie puede eximirse de pagar impuestos, según la medida de sus ingresos y capacidades.

Reforma trascendente para la salud y la paz internacional

Pugnar por el fortalecimiento de la OMS hasta acercar sus siglas a la realidad, implica entender que numerosos intereses políticos y económicos se opondrán de manera más o menos abierta. No supone saber de antemano hasta donde se podrá llegar, pero afirma la necesidad de levantar la voz ante la evidencia de un enorme sufrimiento que pudo ser menor.

Es una respuesta a la percepción de que no se hizo lo indispensable para prevenir la angustia causada por el toque de queda de 24 horas en Wu Han, las fosas comunes excavadas incluso en Nueva York, los cadáveres en las calles, no solo en Guayaquil, los ancianos durmiendo en los asilos al lado de sus amigos muertos en Europa y seguramente en todos los países, las poblaciones desesperadas caminando para retornar a sus pueblos en la India por millones, pero también en menores cantidades en otros países como el Perú; la desgracia, en fin, que puede también caer sobre una testa privilegiada, pero que cae miles de veces más sobre los excluidos de siempre.

A favor de pugnar por el fortalecimiento de la OMS, se tiene una suerte de coincidencia universal momentánea construida sobre la experiencia del miedo. Cuando se pueda producir la vacuna habrá un reclamo unánime para que no sea exclusiva de un país o estrato social. Incluso, puede adelantarse que quien logre fabricarla, con buen criterio geopolítico y estratégico,  dirá que no pretende obtener ganancias con ello.

Hay múltiples riesgos de que los conflictos internacionales en torno a la pandemia se acentúen y que se vea amenazada la subsistencia misma de la OMS. Propugnar su fortalecimiento decisivo es también una política de paz frente a quienes en su política de poder internacional están decididos a profundizar la “guerra mundial a pedazos” que ha denunciado el actual Papa Francisco.

Nuevamente: hace falta una respuesta panhumana a las pandemias para que nos salvemos todos. 


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