OTORGAR A LA OMS FINANCIAMIENTO Y
CAPACIDAD PARA QUE NOS DEFIENDA
Alvaro
Montaño Freire
27
de abril del 2020
La
decisión del Presidente de los Estados Unidos, Sr. Donald Trump, de suspender
el financiamiento de la primera economía a la Organización Mundial de la Salud,
dramatiza un dilema respecto a la OMS: mantener su exiguo presupuesto y
dependencia de financiamientos interesados o transformarla radicalmente en una
institución con suficiente respaldo financiero para atender por sí misma
determinados intereses generales de salud de los 7 700 millones de seres
humanos.
Respuesta panhumana frente a las
pandemias
La
pandemia COVID-19 ha tenido el efecto inmediato de aislar a los países. Los
aeropuertos están cerrados y se impide el ingreso de foráneos. Cada país
compite con los demás por equipamiento médico y sanitario que no se encuentra
en el mundo en cantidad suficiente.
Sin
embargo, la pandemia es precisamente un desafío que solo puede atenderse a
escala internacional. Incluso si algún país o continente lograra eliminar el
virus en su territorio, cosa prácticamente imposible, permanecería en riesgo
mientras el nuevo coronavirus circule por el
resto del planeta. O nos salvamos todos o no se salva nadie.
El
costo derivado de la obligada cuarentena y paralización económica es colosal.
El Fondo Monetario Internacional, en su nuevo documento sobre la perspectiva
del crecimiento, calcula que durante el año 2020 la economía mundial se
contraerá un -3% y que las pérdidas acumuladas de los años 2020-2021 llegarán a
9 millones de millones de dólares. Esto, en el escenario conservador de suponer
que la pandemia estará controlada durante el segundo semestre del 2020, pues si
la paralización económica continuase hasta fin de año, e incluso en el primer
semestre del 2021, sobrevendría un derrumbe del -11%, perfectamente comparable
con el abismo de la gran depresión de 1929-1932, cuando el PBI Global se
desplomó -10%.
En
marzo, Estados Unidos aprobó un primer presupuesto extraordinario de dos
millones de millones de dólares, un 10% de su PBI, para subsidios a empresas y
personas. El Grupo de los 20 calculó a fines de ese mes que las grandes
economías tenían aprobado un total de por lo menos cinco millones de millones
de dólares para su propio rescate.
Considerando solo los nueve millones de
millones que la economía planetaria perderá como mínimo, estamos hablando de
más del 10% del PBI Global que, según cuentas del Banco Mundial, totalizó 85,9
billones de dólares el año 2018. Además de esta enorme pérdida general, las
principales economías están viéndose obligadas a cargar con presupuestos
adicionales de muchos millones de millones de dólares, un gigantesco
“impuesto”, que no tienen más remedio que asumir por no haber contribuido a
crear suficientes mecanismos de salud pública internacional.
La
“gripe porcina” H1N1, surgida en Norteamérica el año 2009, mató a más de 200
peruanos y según la prestigiosa revista médica The Lancet Infectious Diseases provocó al menos 151 mil
fallecimientos en el mundo entero. El SIDA descubierto hace 40 años en los
Estados Unidos, que ha dejado más de treinta millones de muertos hasta el
presente, y el Ébola, poco difundido fuera de algunos países africanos, con una
letalidad del 25 al 90 por ciento, dan cuenta de la intensidad del peligro que
representan los virus. SARS, originado en China, y MERS, en el oriente medio,
son otras tantas siglas ominosas.
Partiendo
de esta realidad, la OMS alertó en años anteriores sobre la necesidad de
prepararse para futuras pandemias, llamado que evidentemente fue desoído. Ahora
nos parece absurdo que se hayan ignorado los precedentes, pero es un hecho.
Dado
que es perfectamente razonable preveer nuevas pandemias, eventualmente mucho
más agresivas que la actual, tiene fuerte sentido tomar una determinación en
nombre de todos los seres humanos, ofrecer un frente panhumano a las pandemias. En lugar de caminos
aislacionistas, se impone promover soluciones multilaterales. El Presidente
Barak Obama de los Estados Unidos, en el año 2014, sostuvo que frente a
posibles pandemias futuras se impone construir una infraestructura no solo
estadounidense, sino internacional. A todas luces el Sr. Obama quería defender
los intereses particulares de su país, pero comprendió que el esfuerzo no sería
útil sin un compromiso internacional.
La
OMS: grandes propósitos, poco respaldo
La
Sociedad de Naciones y la Organización de Naciones Unidas fueron creadas luego
de cada una de las Guerras Mundiales para prevenir su repetición; la presente
lucha contra la pandemia COVID-19 es el momento adecuado para fortalecer
decisivamente la OMS, transformándola en una verdadera autoridad mundial de la
salud.
La
Constitución de la OMS entró en vigor el 7 de abril de 1948 y su Director
General es elegido por la denominada Asamblea Mundial de la Salud entre
candidatos propuestos por los estados y previamente considerados por su Consejo
Ejecutivo. Notables personalidades han sido Directores Generales, como la Dra.
Gro Harlem Brundtland, previamente Primera Ministra de Noruega y célebre
promotora del desarrollo sostenible en cuanto Presidenta de la Comisión Mundial
de Medio Ambiente y Desarrollo.
Principios
de valor universal presidieron su fundación. En el preámbulo de su Constitución
se afirma que “El goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de
los derechos fundamentales de todo ser humano” y se denuncia que “la
desigualdad de los diversos países en lo relativo al fomento de la salud y el
control de las enfermedades, sobre todo las transmisibles, constituye un
peligro común”. En el artículo primero se declara que “la finalidad de la OMS
será alcanzar para todos los pueblos el grado más alto posible de salud”.
Sin
embargo, estos postulados no armonizan con el nivel de su autoridad ni su
presupuesto. Asume la responsabilidad de establecer normas para la salud en el
mundo y velar por su cumplimiento, encabezar campañas en temas cruciales,
proponer alianzas sanitarias y estimular la investigación; actividades de
primer orden, pero conforme la experiencia está mostrando, insuficientes para
defendernos de las pandemias y otros riesgos como la resistencia a los
antimicrobianos.
Su
prepuesto bianual 2018-2019 fue de 4421 millones de dólares; solo 805 millones
fueron para atender enfermedades transmisibles y apenas 554 millones para
emergencias sanitarias como la que padecemos. Del presupuesto total, apenas 950
millones provinieron de los denominados aportes “señalados”, esto es
contribuciones de los 194 estados miembros, cuyo monto no se ha ampliado al
compás de las necesidades. Más del 75 % del presupuesto proviene de donaciones
estatales o particulares que se orientan principalmente según los deseos de los
donantes; esto significa que en la práctica determinan las prioridades de la
OMS, su agenda de trabajo.
Estados
Unidos aportó 900 millones de dólares, 25 % en calidad de cuota “señalada”.
Durante la presente administración estadounidense, el Ejecutivo ha pedido al
Congreso recortes presupuestales en el respaldo a todas las oficinas de la ONU
y el 20 de febrero consideró necesario reducir 60 millones en el dinero
destinado a la OMS.
A
diferencia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, donde por implícito
acuerdo sus cabezas corresponden a Europa y Estados Unidos respectivamente, en la Organización
Mundial de la Salud se ha permitido que la correlación entre los estados
miembros juegue un papel importante y resulten directores personalidades surgidas
del diálogo internacional.
El
actual Director de la OMS, Dr. Tedros Adhanom de Etiopía, con maestría y
doctorado en Inglaterra, fue Ministro de Salud y Canciller de su país y logró
reconocimiento en la escena internacional por haber dirigido la Agenda de
Acción de Addis Abeba, orientada a conseguir financiamiento para alcanzar los
Objetivos del Desarrollo Sostenible.
Un
impuesto mundial para la salud
Considerando el enorme costo que está
teniendo COVID-19, se justifica bajo cualquier criterio presupuestal dedicar
cada año, por lo menos, un pequeño porcentaje del PBI Global al esfuerzo
conjunto de prevenir y enfrentar grandes desafíos internacionales de salud.
Esto supone financiamiento que, a efectos
de fortalecer su capacidad de acción y autoridad más allá de los vaivenes
internos de los estados, sería mucho mejor que proviniese principalmente de un
impuesto mundial extraído de los macro movimientos financieros o de las grandes
fortunas internacionales, que por cierto tienen un peso indiscutible. Según
OXFAM, en su informe de enero de este año, 2153 personas poseen el 60% de los
patrimonios personales en el mundo; conforme al Crédit Suisse, en octubre del
año pasado, el 1% de las personas más acaudaladas tiene el 45%. El impuesto
mundial podría ser cobrado directamente por la OMS, quizás mediante
“detracciones” retiradas del sistema bancario que cubre el planeta.
La buena noticia es que algunos magnates,
desde la autopercepción que tienen de su posición en el mundo, ya se consideran
en la obligación de hacer grandes aportes. Bill Gates y su esposa Melinda
aportaron más del 9% del presupuesto de la OMS el bienio pasado, y luego de
anunciarse la suspensión del financiamiento estadounidense, han resuelto
incrementar su apoyo en el presente ejercicio. Por su lado, el mil millonario
chino Jack Ma, está repartiendo gigantescas donaciones en equipos médicos por
los cinco continentes. Ambos favorecen los intereses geopolíticos de sus
países, pero no son obtusos.
El
camino financiero para atender necesidades imperiosas del conjunto de la
humanidad fue sugerido hace muchos años. En 1981 se otorgó el Premio Nobel de
Economía al estadounidense James Tobin, quien ha pasado a la historia por haber
propuesto la tasa que lleva su nombre, pensada originalmente para gravar las
operaciones de conversión entre divisas que se producen al contado. La potencia
de esta idea estriba en que dio lugar a imaginar un impuesto mundial sobre cualquiera
de las actividades esenciales de la economía internacional.
El
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD, en su informe del año
2011 discutió la posibilidad de establecer un impuesto mundial. El reconocido
economista Thomas Piketty, en libro del año pasado, ha planteado la creación de
un impuesto mundial a las superfortunas. El pasado noviembre, la OCDE, nada
menos que la OCDE, ha planteado el establecimiento de una tasa uniforme a las
grandes corporaciones, es decir un impuesto igual en todos los países, de
manera que no puedan eludir sus obligaciones refugiándose en aquellos con menor
presión fiscal. Vemos entonces que es muy sensato discutir algún tipo de normas
mundiales referidas a las grandes fortunas y los impuestos, tanto más si es
para sufragar gastos requeridos por todos los pueblos.
Para
aproximarnos a definir, por lo menos tentativamente, la cantidad de dinero que
sería necesaria para estos nobles objetivos, cabe tomar en cuenta la magnitud
de la industria farmacéutica mundial. Según la consultora Evaluate Pharma, el
conjunto de las grandes corporaciones farmacéuticas invertirá 210 mil millones
de dólares en investigación y desarrollo el año 2024, 20% más que el 2018 y más
de 40 veces el presupuesto bianual de la OMS.
Este
sector empresarial dedica uno de cada cinco dólares de sus ingresos a la
investigación, que además de costosa es incierta, pues suele ocurrir que una
determinada línea de investigación no llega a puerto, o finalmente resulta no
ser tan rentable como se esperaba. Dada su alta rentabilidad concentra el 40%
de su inversión a la investigación oncológica.
Hay
que tomar en cuenta que, siendo empresas privadas, tienen que responder a sus
accionistas y existe, como es propio de la economía de mercado, una guerra interminable
por obtener mayores ganancias y arrebatar a las otras corporaciones una mayor
parte de las ventas. No pueden dedicarse a la investigación no lucrativa,
porque los accionistas, con todo derecho y justificación, destituirían
inmediatamente al Directorio y al CEO. El total de los ingresos del sector fue
el año 2018 de 1,1 millones de millones de dólares, o algo más pues no hay
cifras precisas, y se espera que el 2020 llegue a 1,4.
Vistas
las cifras anteriores, para que la OMS sea una verdadera autoridad mundial en
salud, con reales posibilidades de organizar la investigación contra las
pandemias y otras amenazas graves, y producir por ella misma soluciones
médicas, tendría que disponer de decenas de miles de millones de dólares; solo
por aventurar una cifra pensemos en el 0,1% del PBI Global, es decir cerca de
100 mil millones de dólares anuales en la actualidad. Recordemos que la
industria privada necesita 80 mil millones anuales para producir medicamentos
oncológicos rentables.
Es
el dinero necesario para financiar centros de investigación, laboratorios y
fábricas, y también para contratar a los mejores científicos del planeta de
todos los idiomas y colores de piel. La gran diferencia con el sistema actual,
sería que el producto de estas investigaciones devendría naturalmente en
propiedad común de la humanidad que las ha financiado y se pondría de
inmediato, al más bajo precio posible, a disposición de los que la necesiten,
ricos y pobres de cualquier país, sistema religioso, económico o político. No
habría derecho intelectual ni patente por reconocer. Los científicos, pagados
con muy altos honorarios, tendrían además el reconocimiento de los pueblos. Los
niños, espontáneamente, se les acercarían para agradecerles. Mejor pago para un
ser humano no puede haber.
La
OMS fortalecida tendrá que sustentarse en una institucionalidad más sólida.
Cada año una Asamblea Mundial de la Salud recibiría el informe del Director y
su Consejo Ejecutivo, compuesto por personalidades meritorias, experimentadas y
representativas. Lo importante es que los estados de las diferentes regiones
internacionales puedan hacer oír su voz en un ágora mundial de la salud. La OMS
tendría que poseer un aparato administrativo suficiente para recaudar e
invertir el impuesto mundial. Sus empresas públicas internacionales tendrían
que funcionar con una gerencia técnicamente competente, libre de clientelismo y
premunidas de rigurosa contraloría, tal como funciona una buena empresa pública
en Singapur o en Alemania. La empresa pública debidamente gerenciada puede
combatir la corrupción a su interior.
Salud pública en cada país
El fundamento ético y político de la nueva autoridad
mundial sería una Declaración del Derecho Universal a la Salud Pública, que se
ocuparía de este derecho en dos niveles, el internacional ejercido a través de
la OMS y el interno de cada país. Según esta declaración, el cuidado de la salud no dependería del éxito económico de
cada persona, como ocurre en aquellas economías donde las atenciones de salud
dependen de seguros privados; sería un derecho garantizado a todos por igual
mediante acciones colectivas del conjunto de la sociedad, esto es mediante un
seguro estatal universal.
Las empresas privadas dedicadas a la salud, sean
corporaciones internacionales o empresas nacionales, tendrían de todas maneras
un importante lugar. Sus servicios y productos se podrían vender a los estados,
pero especialmente servirían a las personas con elevados recursos dispuestas a
realizar un doble gasto, pues adicionalmente deberían contribuir como todos a
la salud pública de su respectivo país.
Sería un cambio muy importante en cuanto a reducción de la
desigualdad y superación de exclusiones oprobiosas. Contra lo declarado por
algunos políticos en estos meses, que llamaron a los ancianos a sacrificar sus
vidas por el futuro de la economía, pues el verdadero peligro es la
paralización de la economía y no el Coronavirus, esta Declaración Universal
proclamaría que también los ancianos o los enfermos incapaces de pagar
impuestos tienen derecho a la atención médica de la más alta calidad posible;
al mismo tiempo establecería que nadie puede eximirse de pagar impuestos, según
la medida de sus ingresos y capacidades.
Reforma
trascendente para la salud y la paz internacional
Pugnar por el fortalecimiento de la OMS hasta acercar sus
siglas a la realidad, implica entender que numerosos intereses políticos y
económicos se opondrán de manera más o menos abierta. No supone saber de
antemano hasta donde se podrá llegar, pero afirma la necesidad de levantar la
voz ante la evidencia de un enorme sufrimiento que pudo ser menor.
Es una respuesta a la percepción de que no se hizo lo
indispensable para prevenir la angustia causada por el toque de queda de 24
horas en Wu Han, las fosas comunes excavadas incluso en Nueva York, los
cadáveres en las calles, no solo en Guayaquil, los ancianos durmiendo en los
asilos al lado de sus amigos muertos en Europa y seguramente en todos los
países, las poblaciones desesperadas caminando para retornar a sus pueblos en
la India por millones, pero también en menores cantidades en otros países como
el Perú; la desgracia, en fin, que puede también caer sobre una testa
privilegiada, pero que cae miles de veces más sobre los excluidos de siempre.
A favor de pugnar por el fortalecimiento de la OMS, se
tiene una suerte de coincidencia universal momentánea construida sobre la
experiencia del miedo. Cuando se pueda producir la vacuna habrá un reclamo
unánime para que no sea exclusiva de un país o estrato social. Incluso, puede
adelantarse que quien logre fabricarla, con buen criterio geopolítico y
estratégico, dirá que no pretende
obtener ganancias con ello.
Hay múltiples riesgos de que los conflictos internacionales
en torno a la pandemia se acentúen y que se vea amenazada la subsistencia misma
de la OMS. Propugnar su fortalecimiento decisivo es también una política de paz
frente a quienes en su política de poder internacional están decididos a
profundizar la “guerra mundial a pedazos” que ha denunciado el actual Papa
Francisco.
Nuevamente: hace falta una respuesta panhumana a las
pandemias para que nos salvemos todos.
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